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Carné tipo libreta - Anécdota

 

 

cedula antigua

 

Anécdota

Creo que a todos los que llevamos el apellido Neveu nos habrá sucedido, que cuando vamos a alguna oficina por algún trámite, tenemos que deletrear o escribir en un papelito el apellido, para que se pueda captar correctamente. Son sólo cinco letras, pero lo suficiente para sacar de quicio a cualquiera, aún a nosotros mismos; ya que nos ha enviado de vuelta a alguna oficina para que corrijan el error en la escritura.

El año 1974, teniendo 19 años, acudí al Registro Civil de Talcahuano para renovar el carné de identidad. La oficina era pequeña, semioscura, los mesones altos, y detrás de ellos al atareado personal trabajando a cabeza gacha. Eran pocos para tanto público. Ahí cabe decir que estábamos como en lata de sardinas. Me correspondió ser atendido por una viejita, de esas que nunca jubilan, también de las que nunca sonrien. Lápiz en mano, escribió en el carné tipo libreta mi apellido, le hice ver que cometió un error al anotarlo, tomó el carné, lo rompió y lo lanzó con fuerza al basurero. En el segundo intento sucedió lo mismo, también lo rompió y se fué al basurero. Para el tercero le ofrecí escribirlo, pero, la mirada de enfado me hizo titubear. Lamentablemente para ella, era mi carné, y no podía dejar pasar un error en ese documento, ¿Que creen que pasó esa tercera vez? ¡Exacto! volvió a suceder, y también se fue a la basura, pero esta vez, sin quitarme los ojos de encima. Con cautela, le volví a ofrecer escribirlo, pero ya les dije, esa mirada...Pronuncié mi apellido NE VE U como en cámara lenta y bien modulado. Sus ojos se clavaron en mis labios, a estas alturas, parsimoniosos; noté, que casi también en cámara lenta, se dispuso a escribír mi hermoso y a la vez odiado apellido en el carné tipo libreta. Yo estaba expectante, en que pasaría ahora, a la vez que me sentía culpable de llevar un apellido de tan sólo cinco letras y que éstas pudieran causar molestias a terceras personas, por su pronunciación y su escritura. ¡Bueno! como este no es el cuento de nunca acabar, ahora sí funcionó. Creo que los dos nos sentimos aliviados y... ¿triunfantes?. Luego del trámite le dí las gracias a la viejita, que a estas alturas le estaba tomando cariño, ella sin decir palabra se me quedó viendo, tal vez deseando que desaparezca de su vista. Eso hice, anhelaba salir del edificio para henchir mis pulmones con aire salino y...olor a pescado. No sé si su mirada me siguió hasta salir de la oficina; nunca lo sabré, pero lo que sí sé, es que lo sucedido quedó en mi anecdotario personal para siempre.