Escrito por Sergio Enrique Bustamante Díaz, desde Sheffield, Reino Unido.
Mi abuela era cristiana, pertenecía a una congregación protestante. Siendo ella analfabeta, podía memorizar casi a la letra el Antiguo Testamento. Sus viernes de noche y los domingos de mañana eran sagrados, porque esos dos eran el día de ir al culto. El lugar de reunión era una iglesia modesta de ladrillos pintada de blanco por dentro y por fuera que todavía existe en San Pablo con las Rejas. Allí, entre cánticos y rezos, algunos hermanos y hermanas eran tomados por el espíritu santo y se ponían a danzar gritando alabanzas al señor hasta que caían exhaustos en tal estado de convulsiones que me daban miedo… Pero lo que más me gustaba de las misas los días domingo, era contemplar los colores de los rayos del sol que se filtraban por los vidrios de las ventanas mientras el pastor nos leía la biblia y contaba cosas de Dios. Después de la misa, todos los hermanos nos íbamos caminando en grupo y cantando. Parábamos de esquina en esquina, donde uno de ellos, o de ellas, confesaba los pecados que los habían llevado al camino de el Salvador. Entre himnos y aleluyas, acompañados de guitarras, triángulo, acordeón y mandolinas partíamos hacia la próxima esquina para dejar allí el mensaje de salvación. Cuando era su turno, yo me acurrucaba en las faldas de mi abuela mientras ella daba testimonio de su fe.
Mi abuela Ana, para mí fue una santa: rubia, bajita, de piel blanca y ojos celestes. Desde su niñez conoció el desamparo familiar, puesto que jamás tuve noción de tíos, o de tías, que la visitaran. Sus modos eran simples y sin complicaciones, como de una típica campesina, pero…, que se sabía canciones en francés. ( Ana Neveu, podría decirse que era una campesina que conservó su nacionalidad suiza hasta la muerte, gesto patriótico que le reconoció la embajada suiza, puesto que al entrar a la tercera edad, le fue concedida una pequeña pensión vitalicia). Era hermana de once, o de doce hermanos, no lo sé. Solo supe que uno de ellos fue algo así como un Obispo cristiano en el Sur de Chile. Sus padres, inmigrantes suizos pobres, se habían refugiado en Chile por no sé qué razones, fueron colonos evangélicos, (canutos como se les llama en Chile). No tengo mayores referencias que la memoria para contar esta parte de su historia: - creo- que siendo ella muy pequeña, tal vez después de la temprana muerte de su madre, su padre habría vuelto a casarse, y que mi abuela fue internada en un monasterio para ser criada por las monjas. Lo que si es real: en dicho convento se graduó sin saber leer ni escribir, pero obtuvo título de costurera, tejedora, bordadora y dueña de casa. Sin embargo, quedó de analfabeta sin título. Mi abuela guardó muy dolorosos recuerdos de la vida miserable que le habían dado las monjas del convento. Ciega y anciana, ocasionalmente expresaba dos tipos de amargos comentarios: contra los curas y también contra mi padre, a quien terminó odiando.
Mi abuela quedó viuda muy joven. Su primer marido, un ingeniero civil, murió sin dejarle hijos. Años después conoció a un viudo, José de la Cruz Díaz, mi abuelo, quien había sido minero de las salitreras y después ferrocarrilero. Era un gigante, que dicen tenía una fuerza bruta. Se contaban historias fabulosas de él, entre otras, que en una manifestación había volcado el caballo del policía que los atacaba, o que había ganado una disputa de fuerza levantando una rueda de tren. Creo que dichas historias no exageraban, puesto que conocí al hermanastro de mi mamá, el tío Raúl, quien era un albañil, que parecía un gigante, hombre de puro hueso y músculo, que tenía unas manos enormes, huesudas, con los dedos con callos en las coyunturas y que sonreía con la plácida sonrisa desdentada de un niño. El abuelo, a quien supongo era como mi tío Raúl, se topó con mi abuela, le pidió casamiento, y se casaron. Así de simple. Juntaron sus pertenecías, compraron un terrenito, construyeron la Casa Grande. Él se instaló con su taller de zapatería y mi abuela se hizo rentista y comerciante.
Mi abuelo había tenido un pasado de activista revoltoso del cual es poquísimo lo que logré saber. Mi madre sospechaba que las vistas que llegaban a pasar fines de semana con ellos venían a verlo no solamente por amistad. Entre ellos se destacaba don Reca, como sus pares lo llamaban. El tío Reca, mi madre lo supo más tarde, era Luis Emilio Recabarren, fundador del movimiento sindicalista chileno y del Partido Comunista de Chile. En cada ocasión que el tío Reca y sus compañeros se aparecían por casa, mi abuela le sacaba el jugo a las ollas y mi abuelo regaba las mesas con la mejor chicha de su parcela.
El cariño de mi abuela por los animales era tal, que a cada uno le ponía nombre y los trataba como si fueran miembros de la familia. Su gran pesar era cuando tenían que ser sacrificados. En ese caso, mi abuela salía de compras y dejaba que alguien despachara y desplumara el ave, descuerara y despresara el animal. A menudo me hacía recordar –“que de los animales uno puede aprender mucho. Si los conoces bien, observa cómo se comportan, porque nosotros también somos animales de Dios”. Resulta que alguien le vendió un gallo de la pasión. Era un gallo pequeño, pero con una actitud agresiva, listo para entablar disputa de vida o muerte, porque un gallo de la pasión es un gallo de pelea, que tiene un enorme espolón en cada pata. Mi abuela encerró el gallo chico en una jaula separada del resto del gallinero donde reinaba un gallo que no era peleador ni tenía un espolón amenazante, pero que de tener plumas, sí las tenía: era de corte y paso imponente, muy tranquilo y excelente cantautor. Desde su jaula, separado por una reja de malla con puerta, el gallo chico se aniñaba y provocaba constantemente a su vecino. Mi abuela lo observaba y sonreía. Un día me dijo, -“mijito, anda y échale comida a ese matón, y sin que se dé cuenta, déjale entre abierta la puerta”. El gallo comió y de postre comenzó a insultar a su vecino, corre para acá, corre para allá, insulta que insulta, de pronto el otro gallo abrió la puerta y se le cuadró de frente. Me parece ver el gallito matón saltando, aleteando y gritando despavorido…